SinCrónicas. Horizontes del Arte Contemporáneo Peruano desde el Coleccionismo
Madrid, España | 22 de febrero de 2019 - 22 de marzo de 2019
Rita Ponce de León. Sin título (detalle). 2014. 25.5x25.5 cm. Tinta china y lápices de colores. Foto: Cortesía The Ella Fontanals-Cisneros Collection y el artista.
Sincrónicas. Horizontes del Arte Contemporáneo Peruano desde el Coleccionismo rastrea cuatro recorridos temáticos clave en el arte contemporáneo del Perú—registrados desde el coleccionismo—que atraviesan la producción artística actual, aunque aparecen prefigurados en el arte peruano de fines de siglo XX.
El concepto de territorio emergió como una preocupación central para los y las artistas locales en los años 1980 (década cuyo inicio estuvo marcado por la irrupción del grupo terrorista “Sendero Luminoso” al interior del país y un conflicto fronterizo con Ecuador). Por un lado, este concepto ha sido abordado como un espacio de derivas, como en las constelaciones de la imaginación geográfica que configura Elena Damiani, las redes de asociaciones visuales, históricas y afectivas que traza Fernando Bryce, o los “décollages” de José Carlos Martinat que recogen los vaivenes electorales del país. Por otro lado, ha sido visto como un ámbito en disputa, como en las luchas por los recursos que sugiere Sandra Gamarra, las confrontaciones por la representación simbólica que conjura Claudia Martínez Garay, o los modos opuestos en que el sentido de pertenencia es reconfigurado en la esfera pública, que trata Gabriel Acevedo Velarde. Pero la noción de territorio también apunta a las distintas problemáticas históricas del Estado-nación peruano, como las luchas por los derechos humanos en la obra de Herbert Rodríguez, las fricciones entre lo privado, lo estatal y lo común en la videoinstalación de Katherinne Fiedler, o los encuentros, desencuentros y enfrentamientos ideológicos e identitarios que sugiere Giancarlo Scaglia en su obra.
El relato de la cotidianidad emerge en el horizonte de los 1990, década marcada por una “socialización de supervivencia” que incorporaba la necesidad de refugio ante la creciente violencia y de cara a los largos años de crisis económica. Si bien mucho arte de la década sugiere ensimismamiento, individualismo y regresión (en sentido psicoanalítico), las elaboraciones posteriores del imaginario de la cotidianidad dieron lugar a alusiones a un mundo ordinario marcado por las coyunturas político-económicas. Así, el plácido entorno reciclado de Ishmael Randall-Weeks remite a las economías de subsistencia, con ecos de la cruenta historia de la explotación del caucho en la selva peruana, las formas de Alberto Borea aluden tanto a la violencia callejera, como a la liberalización e informalidad del transporte público limeño, y las esculturas de Juan Javier Salazar articulan las formas culturales del pasado milenario y una canasta básica de economato, proyectando un arco de tiempo que va de un pasado glorioso a un presente dudoso. Por su parte, Daniela Ortiz y Eliana Otta revelan cómo el transcurrir de la vida misma de las personas que facilitan y resguardan la vida diaria de otras personas, más acomodadas, está acotado por las condiciones físicas que les imponen y que permanecen “ocultas” a simple vista.
Las imágenes del cuerpo se han erigido en un feroz testimonio de la violencia política que marcó las últimas décadas del siglo XX, siendo también un emblema de la historia que debemos digerir. En ese sentido, el cuerpo ha encarnado un reclamo de justica (ante la violencia terrorista y los abusos del Estado), pero también del reconocimiento a la diferencia, en cierta forma escoltando las reivindicaciones propias de los retos sociales a los que el Perú del siglo XXI debe hacer frente. Así, en el trabajo de Christian Bendayán, Elena Tejada-Herrera, María Abaddon y, de forma más oblicua, Armando Andrade Tudela, emerge un cuerpo de agitación y de lucha por temas como la igualdad de género, los derechos LGTBQI+, y el reconocimiento de la pluriculturalidad del país, que aún no logra asimilarse plenamente. Pero también el cuerpo se despliega como una constatación afirmativa y crítica del ser, como en el erotismo proteico y bullente de Wynnie Mynerva, o las figuras que desbordan formatos y subvierten normativas sociales de Sandra Salazar. Asimismo, los juegos visuales y verbales de Emilio Rodríguez Larraín y de Alberto Casari también reclaman un espacio para el cuerpo, pero que ocupe ante todo la mente.
La abstracción, que históricamente apareció en el Perú hacia mediados del siglo XX, dio un giro en la segunda mitad de los años 1960, explorando los márgenes del modelo moderno y abriéndose así al arte contemporáneo. De ello dan cuenta las referencias al diseño en Regina Aprijaskis, el uso de materiales industriales y el guiño a la participación del espectador en Rubela Dávila, o las manipulaciones del soporte pictórico de Jorge Eduardo Eielson, que incorporan ideas de proceso e introducen fuerzas físicas como agentes activos en la obra. Se abre así también una exploración de las posibilidades de la abstracción centrada en los procesos y materiales, como en las geometrías de cemento Iosu Aramburu (una cita doble a la arquitectura y pintura modernas) o el “yoga de materiales” que construye Fernando Prieto, en búsqueda de un equilibrio físico y metafísico. Por su parte, Rita Ponce de León y Alonso León Velarde incorporan alusiones a lo orgánico y elementos figurativos en sus imágenes, sugerentes y desconcertantes, para reflexionar sobre la historia y las posibilidades del arte abstracto en la actualidad.
La obra de estos 29 artistas permite reconocer los contextos y referentes históricos, políticos y sociales que operan en el imaginario local, pero también apunta al coleccionismo que ha acogido estas prácticas—y que ha jugado un papel fundamental en el actual despegue internacional del arte peruano, materializado en el contexto en el que se desarrolla esta exposición, en donde Perú es el país invitado de ARCO 2019—. En ese sentido, esta misma muestra sería imposible sin el apoyo de los siguientes coleccionistas: Juan Carlos Verme, cuya colección expansiva ha cubierto muchos puntos ciegos del mercado de arte local, apostando por dar visibilidad a artistas jóvenes, especialmente a través de Proyecto Amil, una plataforma para difundir el arte contemporáneo. Carlos Marsano, con una colección guiada por la búsqueda del descubrimiento y quien recientemente ha lanzado Artus, un programa de becas para residencias en el extranjero para artistas peruanos. Armando Andrade de Lucio, quien ha acompañado largamente el desarrollo de las artes peruanas y cuyo enorme interés por el arte textil lo ha llevado a ha impulsar la revalorización de los textiles peruanos, desde precolombinos hasta contemporáneos. Alberto y Ginette Rebaza, cuyo profundo compromiso con el desarrollo de la escena artística peruana los ha llevado a promover los intercambios entre artistas internacionales y la escena local, por medio de su proyecto “Residencia de Al Lado”. Y, por supuesto, Ella Fontanals Cisneros y la Fundación CIFO, la persona y la institución detrás de la realización de esta misma exposición, cuya apuesta institucional ha sido fundamental para la consolidación de un diálogo amplio entre los artistas y el público latinoamericano y europeo.
Max Hernández Calvo
Curador de la exposición
La exhibición estará abierta al público desde el 22 de febrero hasta el 22 de marzo de 2019 en El Instante Fundación en Madrid, España.